Movimientos sociales y políticos alternativos
Txente Rekondo
Gara
La historia de EEUU es tan rica en movimientos sociales y protestas de colectivos disidentes como en estrategias políticas y legales que con el fin de acallarlos se encuentran a un paso de criminalizarlos, aunque pocas veces tienen presencia en los medios de comunicación.
El complejo legal estadounidense es una de las claves para entender el desarrollo de los diferentes movimientos sociales y de sus protestas. Mientras la «primera enmienda» señala que «el Congre- so no podrá crear leyes que recorte la libertad de expresión o de prensa; o el derecho a manifestarse pacíficamente...» y se suceden sentencias favorables a los defensores de esos derechos y contrarias a los intentos restrictivos de los gobiernos, estos movimientos no han dejado pasar la oportunidad de incidir en ese complejo mundo legal y constitucional.
Si ya militar en ellos no es tarea fácil en EEUU, el sistema se ha sabido dotarse de importantes leyes o medidas que sirven para coartar todo aquello que la primera enmienda dice defender. Valiéndose de argumentos como «mantener el espacio público, la seguridad pública, prevenir la violencia, o la amenaza de ésta, o la defensa de la propiedad», expresarse en las calles en contra de determinadas políticas públicas o en demanda de derechos se ha convertido en una difícil apuesta.
Tras el 11-S y en pleno desarrollo de las teorías neoconservadoras, el impulso a las medidas reaccionarias desde diferentes estratos del poder ha sido evidente. Hoy día, amparándose en esos argumentos «preventivos», limitar los derechos de reunión o expresión es una tarea más sencilla. Todo ello sin olvidar las otras dos cartas que guarda siempre al Gobierno, el recurso a la represión policial o la utilización del sistema judicial para imponer sanciones severas.
Poco después de los ataques del 11-S, diferentes prisioneros políticos en las cárceles de EEUU fueron sometidos a un régimen de aislamiento durante días. Más tarde se produciría la aprobación de la «Patriot Act», que abrió la puerta a toda una avalancha de medidas y sanciones para criminalizar a buena parte de la disidencia estadounidense.
La historia del país muestra una rica experiencia de movimientos y campañas sociales que han salido adelante pese a las trabas oficiales y a los obstáculos creados para frenarlas. Los primeros años del siglo veinte mostraron buena parte de esas experiencias. La huelga de los trabajadores textiles en 1912 en Massachusetts fue un importante logro que posibilitó una organización laboral sin precedentes en EEUU. Unos años más tarde, la defensa de los derechos civiles que se visualizó en forma de marchas silenciosas, como la de Nueva York de 1917 para protestar contra una masacre ocurrida en el sur y los continuos linchamientos de negros. Este tipo de protestas resurgieron con fuerza en los años 60 en torno a las mismas demandas, el fin de la segregación «cuasi legal» de la población negra de EEUU.
A comienzos del siglo XX se produjeron también las protestas del Partido Nacional de las Mujeres, que exigían una reforma constitucional que les reconociera el derecho al voto. Ése fue el germen de un poderoso movimiento que también resurgió en los 60, y que tomó cuerpo en torno al Movimiento de Liberación de la Mujer en 1968.
Otro sector que históricamente ha logrado articular importantes movimientos sociales es el que formado en torno al rechazo a las guerras promovidas por los diferentes gobiernos estadounidenses. Si en la década de los 60, la guerra de Vietnam movilizó a los universitarios, a las clases medias de los suburbios, a trabajadores y a grupos de ex soldados, y se sucedieron las marchas, conciertos, mítines... Ya en pleno siglo XXI ha surgido con fuerza otro movimiento, el contrario a la guerra y ocupación de Iraq, aunque no ha logrado articular las masivas protestas de décadas anteriores.
Recientemente, las manifestaciones contra la globalización reunieron a miles y miles de personas, pero una vez más su organización y el impulso inicial se ha ido desinflando con el paso de los años.
Cualquier movimiento social que se cree en EEUU, igual que sucede en en otras partes del mundo, es consciente de que para llevar adelante sus campañas debe calcular muy bien tanto las tácticas a desarrollar como las reivindicaciones a plantear. Además, debe basar buena parte de sus ejes centrales en tres objetivos relacionados entre sí. Intentará presionar al Gobierno para lograr los cambios o demandas que defiende, al tiempo que busca la «educación de la población» persuadiéndola de la importancia de las cuestiones sobre las que trabaja, y, además, deberá encontrar las fuentes de financiación necesarias para poder seguir existiendo como movimiento y articulando sus demandas.
En muchas ocasiones, sobre todo en los últimos años, la postura de las instituciones estadounidenses es la de «invitar a esos movimientos a participar políticamente y, al mismo tiempo, frustrar dicha participación», buscando, en definitiva, una especie de «institucionalización» de los mismos.
Con la activación del discurso en torno a las llamadas «personas socialmente peligrosas», que está basada en categorías «extremadamente elásticas» que permiten la persecución y las sentencias contra individuos o movimientos sociales, el poder también ha logrado tejer una poderosa red de freno a las demandas de esos colectivos. En cualquier caso, muchos de ellos han denunciado que tras esa estrategia represiva sólo queda un paso hacia los «arrestos preventivos» y el encarcelamiento de «peligrosos activistas»; en definitiva, hacia la criminalización de la disidencia.
A lo largo de la historia de EEUU se han sucedido los grupos que se han movilizado para conseguir acceder al sistema político y desde allí defender determinados intereses, generales o de colectivos concretos. Mucha gente se ha movilizado y lo sigue haciendo, participa en manifestaciones, escribe cartas a los medios de comunicación, va puerta a puerta exponiendo sus demandas, participa en campañas de desobediencia civil..., ya que ésa es la única vía de la que disponen en el escenario político de EEUU para hacerse oír o para intentar llevar a delante sus propuestas.
Las organizaciones sociales que desarrollan su actividad en torno al movimiento obrero y los derechos laborales, los derechos civiles, la paz, los derechos de gays y lesbianas, el aborto, los derechos de la mujer, la pena de muerte, el sida, la brutalidad policial, los derechos de los animales, el medio ambiente, las minorías étnicas, los inmigrantes, la salud... son expresiones de lo que podríamos considerar la otra cara de la realidad política y social de EEUU, y normalmente no tienen presencia en las noticias que recibimos de aquel país a través de la mayoría de los medios de comunicación.
Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)
9/10/08
Radios comunitarias de Oaxaca denuncian violencia del Gobierno mexicano
Púlsar
La recientemente constituida Asamblea Permanente de Radios Libres y Comunitarias de Oaxaca, emitió su primer pronunciamiento público. Exigen el respeto de sus derechos
El texto fue elaborado durante el encuentro inicial que se llevó a cabo en la localidad oaxaqueña, Villa de Zaachila, tierras zapotecas.
Allí se expresa que el Estado Mexicano "niega el libre acceso al espectro radioeléctrico y con ello impide el ejercicio del derecho a la información, la comunicación y libertad de expresión, derechos colectivos fundamentales de nuestros pueblos".
En ese sentido, el pronunciamiento expresa que el Estado "intensifica su violencia hacia las comunidades utilizando su aparato militar y policiaco" para desmantelar, censurar y bloquear las radios.
Uno de los hechos más recientes es el ataque a radio La Rabiosa, ocurrido un día antes del inicio del encuentro.
En consecuencia, la Asociación Mundial de Radios Comunitarias México, Artículo 19, la Asociación Mexicana de Derecho a la Información, y la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos emitieron un comunicado.
Allí repudian el cierre arbitrario de radios de Oaxaca y exigen que se actualice el marco regulatorio en materia de radiodifusión.
La recientemente constituida Asamblea Permanente de Radios Libres y Comunitarias de Oaxaca, emitió su primer pronunciamiento público. Exigen el respeto de sus derechos
El texto fue elaborado durante el encuentro inicial que se llevó a cabo en la localidad oaxaqueña, Villa de Zaachila, tierras zapotecas.
Allí se expresa que el Estado Mexicano "niega el libre acceso al espectro radioeléctrico y con ello impide el ejercicio del derecho a la información, la comunicación y libertad de expresión, derechos colectivos fundamentales de nuestros pueblos".
En ese sentido, el pronunciamiento expresa que el Estado "intensifica su violencia hacia las comunidades utilizando su aparato militar y policiaco" para desmantelar, censurar y bloquear las radios.
Uno de los hechos más recientes es el ataque a radio La Rabiosa, ocurrido un día antes del inicio del encuentro.
En consecuencia, la Asociación Mundial de Radios Comunitarias México, Artículo 19, la Asociación Mexicana de Derecho a la Información, y la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos emitieron un comunicado.
Allí repudian el cierre arbitrario de radios de Oaxaca y exigen que se actualice el marco regulatorio en materia de radiodifusión.
“Cuando cae Brad, alguien coge su cámara y sigue”
Entrevista al autor de un documental sobre Brad Will, voluntario de la red Indymedia asesinado en Oaxaca (México)
Beatriz García
Periódico Diagonal
Entrevistamos a Miguel, de Indymedia Brasil y colaborador de Indymedia Estrecho, a su paso por Madrid en la gira de presentación de Brad. Una noche más en las barricadas, un vídeo sobre Brad Will, el activista de Indymedia asesinado en Oaxaca, que además reflexiona y hace un retrato de su generación política.
DIAGONAL : ¿Cómo pensaste hacer el documental sobre Brad ?
MIGUEL : Brad era mi amigo y su muerte me tocó muy de cerca, tenía la sensación de que podría haber sido yo o cualquier persona de Indymedia Brasil. Hacía lo mismo que yo y de forma muy parecida. Lo conocí cuando fui a Nueva York a presentar el vídeo de São Paulo. Estuve un mes en el local de Indymedia y él me llevó a los sitios, me presentaba a la gente, me explicaba las cosas. Luego Brad vino a Río, estuvo en mi casa, y nos vimos en el Foro Social Mundial. Cuando lo mataron, me llamaron y yo no sabía qué decir. Luego pensé que en 2001 había grabado una entrevista larga con Brad, que tenía que colgarla en Indymedia. Ahí vi la cinta otra vez, la grabé para un proyecto que no llegué a montar, quería hablar de demasiadas cosas, de Indymedia, del movimiento antiglobalización, de las diferencias entre EE UU y Brasil… En la entrevista estaba eso, preguntaba a Brad sobre Seattle, cómo veía la acción directa. Tenía también cintas grabadas por él. Fui mezclando el material y empecé a trabajar, a mirar otras cintas y ahora el vídeo es las dos cosas : un documental sobre Brad, pero no sólo sobre Brad… no cuento su biografía, también hablo de las luchas donde estuvo.
D. : ¿Cómo conseguiste la última cinta de Brad en Oaxaca ?
M. : Mientras recopilaba y montaba la primera versión del documental, vi que se llevaba a cabo el I Festival Anarquista de Nueva York en homenaje a Brad y me pareció que tenía que presentar el documental allí. Resultó que los que organizaban el festival eran amigos de Brad y estaban muy liados montando las imágenes que tenían de él. Yo me puse a ayudarles y lo que me dieron para montar fue la última cinta que grabó Brad en Oaxaca. Pensaron que yo tenía que tener esas imágenes y yo sentía, y siento, que era casi una obligación dar a conocer esas imágenes. Él había muerto para grabar eso y yo tenía que darlas a conocer.
D. : ¿Se trata, como dices en el vídeo, de “pasar el testigo” ?
M. : Sí… la cámara se convierte en distintas cosas. Al principio del video, nos representa a todos. También es un arma, que permite enfrentarse a un policía armado. La cámara como máquina del tiempo : cuando Brad filma la muerte de un compañero es como si estuviera grabando lo que le pasó a él después. Y luego, la cámara como ‘pasar el testigo’, yo lo veo mucho así, porque cuando Brad cae, ya hay alguien que coge la cámara, se la pone en el hombro y sigue grabando. Metafóricamente es como si esa cámara hubiera estado paseando de la mano de muchas otras personas. Cuando el vídeo llegó hasta mí, lo que tenía que hacer, según digo en el vídeo, es “correr hasta la línea de llegada”, que en este caso es que la gente lo vea. Y cada uno que lo ve, le da sentido a eso.
D. : ¿Cómo conseguiste financiación ?
M. : Gran parte del trabajo es voluntario. La primera versión para llevarla al festival necesitaba traducción, lo subí a la web de Indymedia y dije que necesitaba ayuda. Lo partimos en bloques de pocos minutos y me fui a cenar ; cuando volví, la traducción ya estaba hecha. Es un ejemplo de la fuerza que puede tener la colaboración que hay en Indymedia. Yo trabajaba en otra cosa mientras montaba, pero me quedé sin dinero, entonces la gente de Intermedia de Sevilla y otra productora me dieron recursos para acabarlo.
D. : ¿Dirías que es un documental colaborativo ?
M. : Sí, y de ahí viene lo de firmar como “VideoHackers”. Veo bien que se conozca a la gente que lo ha hecho, por si te gusta o quieres una copia, pero nunca me ha gustado firmar. La idea de que sea una firma anónima viene de cuestionar la figura del “artista”. Firmarlo en plural es porque, por más que yo haga mucho curro solo en mi casa, montando, hay todo ese montón de gente que ayuda y gente que desde el principio de Indymedia ha estado, es difícil decir cómo ha colaborado pero ha sido fundamental. “VideoHackers” es una manera anónima y colectiva que tengo de firmar en nombre de toda esa gente. El nombre viene del libro La ética hacker, que habla del hacker no como un informático, sino como una actitud, de compartir conocimiento... Uno puede ser un agrónomo hacker, un profesor hacker, y yo pensé en un VideoHacker : no se trata de saber de vídeo y ordenadores, es la actitud hacker en el vídeo.
D. : ¿Es de libre distribución ?
M. : Sí, es copyleft, Creative Commons, autoría-nolucrativa-compartir igual. La industria cultural tal y como está no sólo no sirve, sino que no va a ningún lado y nosotros con iniciativas así es como lo vamos a cambiar. Y con las giras lo que intento es crear circuitos de distribución, si el documental no llega al cine ni a la tele, habrá que recorrer todos los sitios donde se pueda poner.
D. : ¿Por qué alguien debería verlo ?
M. : No es un documental sólo sobre Brad ni sobre Oaxaca. Creo que habla de muchas más cosas y que es la historia que habla de muchos movimientos, de muchas luchas. Acaba siendo un vídeo que en realidad es la historia de mucha gente.
D. : ¿Cómo empezaste a hacer vídeo ?
M. : Hice la carrera de cine en la Universidad de Río de Janeiro. Entonces no había cámaras digitales ni ordenadores y nos juntamos unos amigos para comprar uno con la idea de empezar a trabajar. Yo aprendí haciendo. Antes de que comenzáramos con Indymedia, en São Paulo ya llevaban meses funcionando. Coincidiendo con una gran manifestación contra el ALCA fuimos a conocerles. La idea era crear un Indymedia Brasil. Grabé la manifestación y luego hicimos un documental que hemos utilizado muchísimo por todo Brasil. Íbamos presentando Indymedia, que era una cosa muy nueva porque allí no había páginas de contrainformación. Indymedia creció muy rápido y el poder del vídeo quedó muy claro
Beatriz García
Periódico Diagonal
Entrevistamos a Miguel, de Indymedia Brasil y colaborador de Indymedia Estrecho, a su paso por Madrid en la gira de presentación de Brad. Una noche más en las barricadas, un vídeo sobre Brad Will, el activista de Indymedia asesinado en Oaxaca, que además reflexiona y hace un retrato de su generación política.
DIAGONAL : ¿Cómo pensaste hacer el documental sobre Brad ?
MIGUEL : Brad era mi amigo y su muerte me tocó muy de cerca, tenía la sensación de que podría haber sido yo o cualquier persona de Indymedia Brasil. Hacía lo mismo que yo y de forma muy parecida. Lo conocí cuando fui a Nueva York a presentar el vídeo de São Paulo. Estuve un mes en el local de Indymedia y él me llevó a los sitios, me presentaba a la gente, me explicaba las cosas. Luego Brad vino a Río, estuvo en mi casa, y nos vimos en el Foro Social Mundial. Cuando lo mataron, me llamaron y yo no sabía qué decir. Luego pensé que en 2001 había grabado una entrevista larga con Brad, que tenía que colgarla en Indymedia. Ahí vi la cinta otra vez, la grabé para un proyecto que no llegué a montar, quería hablar de demasiadas cosas, de Indymedia, del movimiento antiglobalización, de las diferencias entre EE UU y Brasil… En la entrevista estaba eso, preguntaba a Brad sobre Seattle, cómo veía la acción directa. Tenía también cintas grabadas por él. Fui mezclando el material y empecé a trabajar, a mirar otras cintas y ahora el vídeo es las dos cosas : un documental sobre Brad, pero no sólo sobre Brad… no cuento su biografía, también hablo de las luchas donde estuvo.
D. : ¿Cómo conseguiste la última cinta de Brad en Oaxaca ?
M. : Mientras recopilaba y montaba la primera versión del documental, vi que se llevaba a cabo el I Festival Anarquista de Nueva York en homenaje a Brad y me pareció que tenía que presentar el documental allí. Resultó que los que organizaban el festival eran amigos de Brad y estaban muy liados montando las imágenes que tenían de él. Yo me puse a ayudarles y lo que me dieron para montar fue la última cinta que grabó Brad en Oaxaca. Pensaron que yo tenía que tener esas imágenes y yo sentía, y siento, que era casi una obligación dar a conocer esas imágenes. Él había muerto para grabar eso y yo tenía que darlas a conocer.
D. : ¿Se trata, como dices en el vídeo, de “pasar el testigo” ?
M. : Sí… la cámara se convierte en distintas cosas. Al principio del video, nos representa a todos. También es un arma, que permite enfrentarse a un policía armado. La cámara como máquina del tiempo : cuando Brad filma la muerte de un compañero es como si estuviera grabando lo que le pasó a él después. Y luego, la cámara como ‘pasar el testigo’, yo lo veo mucho así, porque cuando Brad cae, ya hay alguien que coge la cámara, se la pone en el hombro y sigue grabando. Metafóricamente es como si esa cámara hubiera estado paseando de la mano de muchas otras personas. Cuando el vídeo llegó hasta mí, lo que tenía que hacer, según digo en el vídeo, es “correr hasta la línea de llegada”, que en este caso es que la gente lo vea. Y cada uno que lo ve, le da sentido a eso.
D. : ¿Cómo conseguiste financiación ?
M. : Gran parte del trabajo es voluntario. La primera versión para llevarla al festival necesitaba traducción, lo subí a la web de Indymedia y dije que necesitaba ayuda. Lo partimos en bloques de pocos minutos y me fui a cenar ; cuando volví, la traducción ya estaba hecha. Es un ejemplo de la fuerza que puede tener la colaboración que hay en Indymedia. Yo trabajaba en otra cosa mientras montaba, pero me quedé sin dinero, entonces la gente de Intermedia de Sevilla y otra productora me dieron recursos para acabarlo.
D. : ¿Dirías que es un documental colaborativo ?
M. : Sí, y de ahí viene lo de firmar como “VideoHackers”. Veo bien que se conozca a la gente que lo ha hecho, por si te gusta o quieres una copia, pero nunca me ha gustado firmar. La idea de que sea una firma anónima viene de cuestionar la figura del “artista”. Firmarlo en plural es porque, por más que yo haga mucho curro solo en mi casa, montando, hay todo ese montón de gente que ayuda y gente que desde el principio de Indymedia ha estado, es difícil decir cómo ha colaborado pero ha sido fundamental. “VideoHackers” es una manera anónima y colectiva que tengo de firmar en nombre de toda esa gente. El nombre viene del libro La ética hacker, que habla del hacker no como un informático, sino como una actitud, de compartir conocimiento... Uno puede ser un agrónomo hacker, un profesor hacker, y yo pensé en un VideoHacker : no se trata de saber de vídeo y ordenadores, es la actitud hacker en el vídeo.
D. : ¿Es de libre distribución ?
M. : Sí, es copyleft, Creative Commons, autoría-nolucrativa-compartir igual. La industria cultural tal y como está no sólo no sirve, sino que no va a ningún lado y nosotros con iniciativas así es como lo vamos a cambiar. Y con las giras lo que intento es crear circuitos de distribución, si el documental no llega al cine ni a la tele, habrá que recorrer todos los sitios donde se pueda poner.
D. : ¿Por qué alguien debería verlo ?
M. : No es un documental sólo sobre Brad ni sobre Oaxaca. Creo que habla de muchas más cosas y que es la historia que habla de muchos movimientos, de muchas luchas. Acaba siendo un vídeo que en realidad es la historia de mucha gente.
D. : ¿Cómo empezaste a hacer vídeo ?
M. : Hice la carrera de cine en la Universidad de Río de Janeiro. Entonces no había cámaras digitales ni ordenadores y nos juntamos unos amigos para comprar uno con la idea de empezar a trabajar. Yo aprendí haciendo. Antes de que comenzáramos con Indymedia, en São Paulo ya llevaban meses funcionando. Coincidiendo con una gran manifestación contra el ALCA fuimos a conocerles. La idea era crear un Indymedia Brasil. Grabé la manifestación y luego hicimos un documental que hemos utilizado muchísimo por todo Brasil. Íbamos presentando Indymedia, que era una cosa muy nueva porque allí no había páginas de contrainformación. Indymedia creció muy rápido y el poder del vídeo quedó muy claro
Delincuencia, violencia y clases
Gilberto López y Rivas
La Jornada
Un ambiente de zozobra se cierne sobre la República. La violencia cotidiana del crimen organizado, en colusión con un gobierno penetrado por las mafias –y que opta por las vías represivas y militares para enfrentar el descontento social–, conjuntamente con el grave deterioro de las condiciones socioeconómicas de la mayoría de la población, provocan la pesadumbre de amplios sectores rurales y urbanos que ven amenazados sus trabajos, entornos familiares, patrimonios e incluso la propia preservación de sus vidas.
Las clases medias y altas expresan públicamente su fundada indignación por los secuestros, homicidios y atracos de todo tipo, y por la corrupción e incapacidad de las autoridades para responder a este tsunami de criminalidad incontrolable, sin vislumbrar todavía el fondo de sus causas estructurales y políticas; sin entender la violencia sistémica del capitalismo que deja sentir sus rigores en el hambre, la enfermedad, la desocupación y la pobreza generalizada de millones de personas; en la guerra social desatada contra resistencias y oposiciones.
Se exige “mano dura” y se apoyan las medidas de militarización y un mayor rigor en los castigos, demandando incluso la pena de muerte contra los perturbadores del “orden público”, al mismo tiempo que se ignora la tortura, el asesinato y las desapariciones forzadas de cientos de luchadores sociales, la existencia de presos políticos en todo el país, la acción de grupos paramilitares en Chiapas, los numerosos periodistas muertos en el ejercicio de su profesión o las constantes violaciones a los derechos humanos cometidas por el Ejército, las policías y la maquinaria judicial. Se observa el problema como una cuestión de eficacia y se exclama: “¡Si no pueden, renuncien!”, sin ir más allá en el análisis de esta realidad delictiva que sufren los mexicanos. No se trata del clamor: “¡Que se vayan todos!” de los piqueteros argentinos, que expresa una mayor concientización en torno a la inutilidad generalizada de la clase política de este país.
También, las “soluciones” dependen del cristal de clase con que se miren. Se multiplican los guetos, calles y fraccionamientos cerrados, autos blindados, guaruras o body guards, recursos técnicos de variada naturaleza, y como expediente final, la migración, “que al fin en Europa o Estados Unidos, estas cosas no suceden”. Si millones de mexicanos han cruzado la frontera norte sin documentos con el objetivo de encontrar trabajo, aun con los riegos y las políticas racistas que este trance conlleva, ahora aflora también la migración de quienes pueden costear una inserción en un país de primer mundo como propietarios y rentistas.
Claro que para la mayoría de la población esto no es posible, por lo que a los estratos ilustrados (pero sin medios económicos suficientes) sólo les queda la prevención. Van y vienen los correos electrónicos advirtiendo sobre las modalidades de la delincuencia y los pasos a seguir para sortearla: desde vestir modestamente, andar sin documentos comprometedores, evitar mostrar el celular en la calle, observar con detenimiento a los extraños, utilizar con discreción la llave electrónica del auto, tener un sobre con una cantidad suficiente de dinero para no provocar el enojo de los posibles malhechores, etcétera; hasta las advertencias sobre nuevas modalidades de asaltos, secuestros exprés o los peligros de las redes sociales de Internet –explotadas ahora por el crimen organizado–, e incluso el riesgo de las páginas sociales de los diarios, que pueden ofrecer informaciones utilizables por los delincuentes.
También aquí se trata de acciones defensivas de carácter “técnico”, de “consejos” para el “manejo evasivo”, de expertos entrenados nada menos que por el Servicio Secreto y las fuerzas especiales del ejército de Estados Unidos, que paradójicamente pueden tomar por asalto un país, como Irak, sin que este hecho sea considerado un crimen internacional. Los “consejos” refieren a salidas que estimulan el cuidado personal, de grupos familiares o de amigos, que de seguirse –se afirma– evitarán ser víctimas de la “delincuencia” en abstracto, la cual tampoco es analizada estructuralmente. Se estimula un estrés generalizado que promueve el terror, la parálisis, la desconfianza hacia los demás, siempre “potencialmente peligrosos”, la discriminación clasista y racista hacia las clases subalternas “obligadas a delinquir”, la cerrazón en pequeños guetos no siempre seguros.
Mientras tanto, las cárceles se llenan de inocentes o culpables –nunca se sabe– de los sectores vulnerables; los defendidos por los “abogados de oficio”; los “carne de cañón” de las prisiones; los “nadie”, los “nada”. En contraste, los capos poderosos pueden incluso no sólo alcanzar fianza sino vivir en barrios residenciales. Recuerdo que en un exclusivísimo fraccionamiento de Tlalpan, al cual se accedía a través de una caseta de vigilancia en la que revisaban meticulosamente los vehículos y exigían identificaciones, ¡se aseguraron cuatro casas de narcotraficantes!
En el “combate a la delincuencia” se pretende asumir como algo normal, e incluso recomendable, los retenes del Ejército en carreteras y en las calles de las ciudades, el ingreso de militares y policías a domicilios sin orden de cateo, la delación anónima, el control policiaco de los ciudadanos, la violación flagrante de la Constitución y el constante quebrantamiento de los derechos humanos.
No nos engañemos: la única solución viable es cambiar de raíz el sistema basado en el robo generalizado del trabajo ajeno, para el cual son inherentes la violencia y el crimen. La efectiva “lucha contra la delincuencia” consiste en transformar las relaciones sociales basadas en la explotación y degradación de los seres humanos.
La Jornada
Un ambiente de zozobra se cierne sobre la República. La violencia cotidiana del crimen organizado, en colusión con un gobierno penetrado por las mafias –y que opta por las vías represivas y militares para enfrentar el descontento social–, conjuntamente con el grave deterioro de las condiciones socioeconómicas de la mayoría de la población, provocan la pesadumbre de amplios sectores rurales y urbanos que ven amenazados sus trabajos, entornos familiares, patrimonios e incluso la propia preservación de sus vidas.
Las clases medias y altas expresan públicamente su fundada indignación por los secuestros, homicidios y atracos de todo tipo, y por la corrupción e incapacidad de las autoridades para responder a este tsunami de criminalidad incontrolable, sin vislumbrar todavía el fondo de sus causas estructurales y políticas; sin entender la violencia sistémica del capitalismo que deja sentir sus rigores en el hambre, la enfermedad, la desocupación y la pobreza generalizada de millones de personas; en la guerra social desatada contra resistencias y oposiciones.
Se exige “mano dura” y se apoyan las medidas de militarización y un mayor rigor en los castigos, demandando incluso la pena de muerte contra los perturbadores del “orden público”, al mismo tiempo que se ignora la tortura, el asesinato y las desapariciones forzadas de cientos de luchadores sociales, la existencia de presos políticos en todo el país, la acción de grupos paramilitares en Chiapas, los numerosos periodistas muertos en el ejercicio de su profesión o las constantes violaciones a los derechos humanos cometidas por el Ejército, las policías y la maquinaria judicial. Se observa el problema como una cuestión de eficacia y se exclama: “¡Si no pueden, renuncien!”, sin ir más allá en el análisis de esta realidad delictiva que sufren los mexicanos. No se trata del clamor: “¡Que se vayan todos!” de los piqueteros argentinos, que expresa una mayor concientización en torno a la inutilidad generalizada de la clase política de este país.
También, las “soluciones” dependen del cristal de clase con que se miren. Se multiplican los guetos, calles y fraccionamientos cerrados, autos blindados, guaruras o body guards, recursos técnicos de variada naturaleza, y como expediente final, la migración, “que al fin en Europa o Estados Unidos, estas cosas no suceden”. Si millones de mexicanos han cruzado la frontera norte sin documentos con el objetivo de encontrar trabajo, aun con los riegos y las políticas racistas que este trance conlleva, ahora aflora también la migración de quienes pueden costear una inserción en un país de primer mundo como propietarios y rentistas.
Claro que para la mayoría de la población esto no es posible, por lo que a los estratos ilustrados (pero sin medios económicos suficientes) sólo les queda la prevención. Van y vienen los correos electrónicos advirtiendo sobre las modalidades de la delincuencia y los pasos a seguir para sortearla: desde vestir modestamente, andar sin documentos comprometedores, evitar mostrar el celular en la calle, observar con detenimiento a los extraños, utilizar con discreción la llave electrónica del auto, tener un sobre con una cantidad suficiente de dinero para no provocar el enojo de los posibles malhechores, etcétera; hasta las advertencias sobre nuevas modalidades de asaltos, secuestros exprés o los peligros de las redes sociales de Internet –explotadas ahora por el crimen organizado–, e incluso el riesgo de las páginas sociales de los diarios, que pueden ofrecer informaciones utilizables por los delincuentes.
También aquí se trata de acciones defensivas de carácter “técnico”, de “consejos” para el “manejo evasivo”, de expertos entrenados nada menos que por el Servicio Secreto y las fuerzas especiales del ejército de Estados Unidos, que paradójicamente pueden tomar por asalto un país, como Irak, sin que este hecho sea considerado un crimen internacional. Los “consejos” refieren a salidas que estimulan el cuidado personal, de grupos familiares o de amigos, que de seguirse –se afirma– evitarán ser víctimas de la “delincuencia” en abstracto, la cual tampoco es analizada estructuralmente. Se estimula un estrés generalizado que promueve el terror, la parálisis, la desconfianza hacia los demás, siempre “potencialmente peligrosos”, la discriminación clasista y racista hacia las clases subalternas “obligadas a delinquir”, la cerrazón en pequeños guetos no siempre seguros.
Mientras tanto, las cárceles se llenan de inocentes o culpables –nunca se sabe– de los sectores vulnerables; los defendidos por los “abogados de oficio”; los “carne de cañón” de las prisiones; los “nadie”, los “nada”. En contraste, los capos poderosos pueden incluso no sólo alcanzar fianza sino vivir en barrios residenciales. Recuerdo que en un exclusivísimo fraccionamiento de Tlalpan, al cual se accedía a través de una caseta de vigilancia en la que revisaban meticulosamente los vehículos y exigían identificaciones, ¡se aseguraron cuatro casas de narcotraficantes!
En el “combate a la delincuencia” se pretende asumir como algo normal, e incluso recomendable, los retenes del Ejército en carreteras y en las calles de las ciudades, el ingreso de militares y policías a domicilios sin orden de cateo, la delación anónima, el control policiaco de los ciudadanos, la violación flagrante de la Constitución y el constante quebrantamiento de los derechos humanos.
No nos engañemos: la única solución viable es cambiar de raíz el sistema basado en el robo generalizado del trabajo ajeno, para el cual son inherentes la violencia y el crimen. La efectiva “lucha contra la delincuencia” consiste en transformar las relaciones sociales basadas en la explotación y degradación de los seres humanos.
Crece la dependencia alimentaria de México por vigencia del TLCAN
Púlsar
México pagó más de 10 mil millones de dólares en el primer semestre de 2008 para importar alimentos naturales y procesados. Esto significa un 30 por ciento más que en el mismo periodo de 2007. Este año se inició el capitulo agropecuario del TLCAN.
México adquiere en el exterior la mitad del trigo que consume. Además, por cada 100 kilogramos de maíz consumido, importa 23 kilogramos. En el mismo sentido, por cada 100 kilos de arroz adquirido, compra afuera 75 kilos.
Son datos entregados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Según reseña el diario La Jornada de México, el maíz aumentó su precio de importación en un 69 por ciento, comparando el primer semestre del 2008 con el mismo periodo del año anterior.
La misma comparación muestra un aumento del 79 por ciento en el trigo, del 94 por ciento en el arroz, y del 72 por ciento en las oleaginosas.
Es preciso recordar que este año entró en vigor la liberalización de productos agropecuarios entre México, Canadá y Estados Unidos, en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El grupo del Senado méxicano que analiza los impactos del TLCAN advirtió el mes pasado sobre las graves consecuencias del acuerdo en el sector rural. También instó a revisar el capitulo agropecuario del TLCAN
México pagó más de 10 mil millones de dólares en el primer semestre de 2008 para importar alimentos naturales y procesados. Esto significa un 30 por ciento más que en el mismo periodo de 2007. Este año se inició el capitulo agropecuario del TLCAN.
México adquiere en el exterior la mitad del trigo que consume. Además, por cada 100 kilogramos de maíz consumido, importa 23 kilogramos. En el mismo sentido, por cada 100 kilos de arroz adquirido, compra afuera 75 kilos.
Son datos entregados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.
Según reseña el diario La Jornada de México, el maíz aumentó su precio de importación en un 69 por ciento, comparando el primer semestre del 2008 con el mismo periodo del año anterior.
La misma comparación muestra un aumento del 79 por ciento en el trigo, del 94 por ciento en el arroz, y del 72 por ciento en las oleaginosas.
Es preciso recordar que este año entró en vigor la liberalización de productos agropecuarios entre México, Canadá y Estados Unidos, en el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El grupo del Senado méxicano que analiza los impactos del TLCAN advirtió el mes pasado sobre las graves consecuencias del acuerdo en el sector rural. También instó a revisar el capitulo agropecuario del TLCAN
La CIA y el Narcotráfico
Un avión usado por la CIA para el traslado clandestino de presos se utilizó para transportar cuatro toneladas de cocaína
Ernesto Tamara
Barómetro Internacional
El pasado mes de septiembre de 2007, un jet se estrelló cerca de la ciudad mexicana de Mérida con cuatro toneladas de cocaína. La prensa reveló que el cargamento era propiedad del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán.
La noticia podía haber pasado como un hecho policial más, pero la pasada semana, el diario El Universal de México reveló que la avioneta estrellada con el valioso cargamento de cocaína fue utilizada por la Central de Inteligencia Americana (CIA) para el traslado clandestino de prisioneros por Europa.
Según el periódico –que está lejos de ser simpatizante de la izquierda- el jet Grumman Gulfstream II privado aparece en los registros de vuelo de la Organización Europea de Seguridad de la Aeronavegación, como parte de la investigación del Parlamento Europeo sobre “la presunta utilización de países por la CIA en el transporte y detención ilegal de presos”, que derivó en dos reportes de 2005 y 2006.
En lenguaje común fue uno de los aviones usados por la CIA, para llevar prisioneros secuestrados de un lugar a otro, para torturarlos en un país y mantenerlos detenidos o “desaparecidos” en cárceles de otros países.
Además, de su uso para el tráfico ilegal de prisioneros, la aeronave también realizó vuelos desde territorio norteamericano a la base militar yanqui en Guantánamo, Cuba. Estos vuelos están registrados, en la Administración Federal Aeronáutica (FAA) de Estados Unidos, y seguro que no eran vuelos “privados”.
Según la misma FAA, uno de los últimos dueños a la empresa Donna Blue Aircraft, cuya dirección en Florida, resultó ser una oficina vacía.
Fotografías del jet N987SA lo situaban en instalaciones de la compañía Boeing, en Seattle, 20 días antes de su desplome cerca de Mérida. Para esa fecha, la propiedad se adjudicaba a la empresa S/A Holdings, de la cual prácticamente no hay datos.
Estados Unidos dio de baja la aeronave, recién en febrero de 2008 -meses después del accidente-, debido a que fue “exportada” a México.
Los vuelos secretos de la CIA, también estaban registrados como viajes de una empresa particular fantasma, y toda la operación se asemeja a la operación montada en los 80 para abastecer a la contrarrevolución nicaragüense.
Entonces bajo la administración de Ronald Reagan, con la vicepresidencia de George Bush padre, desde la oficina de Seguridad de la Casa Blanca, se montó un complejo operativo para abastecer de armas a los “contras” que incluía venta de armas a Irán.
Con las “ganancias” de las venta de armas a Irán, se compraban las armas para la contra, o ”luchadores por la libertad” como definía Reagan, hasta los talibanes afganos –entre ellos Osama Bin Laden- y después de descargar el armamento en Honduras –donde estaba como embajador John Negroponte- cargaban drogas de regreso a Estados Unidos.
Un modelo de negocio redondo dirían, que para no volar con los aviones vacíos, táctica que ya había ensayado durante la guerra de Vietnam.
Mientras se echa tierra sobre este asunto Estados Unidos emite listas, de países que ”no colaboran” en la lucha contra el narcotráfico, y su “zar antidrogas” John Walters amenaza a Venezuela.
Quizás por el afán de encontrar culpables en otros lados, las autoridades norteamericanas olvidan revisar y contar sus propios aviones.
De lo que no cabe dudas, es que bajo la administración norteamericana el negocio de la droga florece en los países que controla. Afganistán bate record de producción de heroína, y Colombia sigue exportando cocaína a Estados Unidos sin que la producción disminuya.
En una reciente entrevista, a la revista Semana de Colombia, el jefe paramilitar y narcotraficante Salvatore Mancuso, reveló que el área de plantación de coca es el doble de la estimada por las autoridades, y que las exportaciones de cocaína representan unos 7.000 millones de dólares anuales. El 90% de la droga va al mercado norteamericano.
ernestotamara@gmail.com
Ernesto Tamara
Barómetro Internacional
El pasado mes de septiembre de 2007, un jet se estrelló cerca de la ciudad mexicana de Mérida con cuatro toneladas de cocaína. La prensa reveló que el cargamento era propiedad del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán.
La noticia podía haber pasado como un hecho policial más, pero la pasada semana, el diario El Universal de México reveló que la avioneta estrellada con el valioso cargamento de cocaína fue utilizada por la Central de Inteligencia Americana (CIA) para el traslado clandestino de prisioneros por Europa.
Según el periódico –que está lejos de ser simpatizante de la izquierda- el jet Grumman Gulfstream II privado aparece en los registros de vuelo de la Organización Europea de Seguridad de la Aeronavegación, como parte de la investigación del Parlamento Europeo sobre “la presunta utilización de países por la CIA en el transporte y detención ilegal de presos”, que derivó en dos reportes de 2005 y 2006.
En lenguaje común fue uno de los aviones usados por la CIA, para llevar prisioneros secuestrados de un lugar a otro, para torturarlos en un país y mantenerlos detenidos o “desaparecidos” en cárceles de otros países.
Además, de su uso para el tráfico ilegal de prisioneros, la aeronave también realizó vuelos desde territorio norteamericano a la base militar yanqui en Guantánamo, Cuba. Estos vuelos están registrados, en la Administración Federal Aeronáutica (FAA) de Estados Unidos, y seguro que no eran vuelos “privados”.
Según la misma FAA, uno de los últimos dueños a la empresa Donna Blue Aircraft, cuya dirección en Florida, resultó ser una oficina vacía.
Fotografías del jet N987SA lo situaban en instalaciones de la compañía Boeing, en Seattle, 20 días antes de su desplome cerca de Mérida. Para esa fecha, la propiedad se adjudicaba a la empresa S/A Holdings, de la cual prácticamente no hay datos.
Estados Unidos dio de baja la aeronave, recién en febrero de 2008 -meses después del accidente-, debido a que fue “exportada” a México.
Los vuelos secretos de la CIA, también estaban registrados como viajes de una empresa particular fantasma, y toda la operación se asemeja a la operación montada en los 80 para abastecer a la contrarrevolución nicaragüense.
Entonces bajo la administración de Ronald Reagan, con la vicepresidencia de George Bush padre, desde la oficina de Seguridad de la Casa Blanca, se montó un complejo operativo para abastecer de armas a los “contras” que incluía venta de armas a Irán.
Con las “ganancias” de las venta de armas a Irán, se compraban las armas para la contra, o ”luchadores por la libertad” como definía Reagan, hasta los talibanes afganos –entre ellos Osama Bin Laden- y después de descargar el armamento en Honduras –donde estaba como embajador John Negroponte- cargaban drogas de regreso a Estados Unidos.
Un modelo de negocio redondo dirían, que para no volar con los aviones vacíos, táctica que ya había ensayado durante la guerra de Vietnam.
Mientras se echa tierra sobre este asunto Estados Unidos emite listas, de países que ”no colaboran” en la lucha contra el narcotráfico, y su “zar antidrogas” John Walters amenaza a Venezuela.
Quizás por el afán de encontrar culpables en otros lados, las autoridades norteamericanas olvidan revisar y contar sus propios aviones.
De lo que no cabe dudas, es que bajo la administración norteamericana el negocio de la droga florece en los países que controla. Afganistán bate record de producción de heroína, y Colombia sigue exportando cocaína a Estados Unidos sin que la producción disminuya.
En una reciente entrevista, a la revista Semana de Colombia, el jefe paramilitar y narcotraficante Salvatore Mancuso, reveló que el área de plantación de coca es el doble de la estimada por las autoridades, y que las exportaciones de cocaína representan unos 7.000 millones de dólares anuales. El 90% de la droga va al mercado norteamericano.
ernestotamara@gmail.com
Ciudadania y Capitalismo
Santiago Alba Rico
Herria-2000
Empecemos con un cuento.
Había una vez un pedagogo que salió de viaje y se perdió en el desierto. Caminó y caminó sin encontrar ni casas ni alimentos y al cabo de algunos días estaba tan cansado y tenía tanta hambre que se sentó en el suelo y se puso a hablar con las piedras que lo rodeaban. Las adulaba, las amonestaba, las aleccionaba con convicción y paciencia. Llevaba así muchas horas cuando acertó a pasar por allí un hada, a la que llamó la atención el extraño comportamiento de nuestro hombre.
- ¿Qué estás haciendo? –le preguntó-.
El pedagogo la miró altivo, un poco molesto por la interrupción.
- Estoy educando a estas piedras para que se conviertan en panes.
- Eso te puede llevar mucho tiempo –respondió el hada-. Con esto lo harás más deprisa.
Y sacó de su zurrón una varita mágica.
El hombre, furioso y despechado, le respondió:
- Soy un ser racional. No creo en la magia.
Y, volviendo la cabeza, siguió explicando a tres pequeñas rocas la composición molecular de la harina.
No puede haber cuentos sin magia. Había una vez un niño que, huyendo de un ogro, detuvo su carrera y se puso a educar a sus botas para que volasen. Había una vez una doncella desgraciada, anhelante de abrazos, que se pasó la vida educando a una rana para que se transformase en un príncipe. Había una vez una esclava maltratada que dedicaba todos los días varias horas, junto a la chimenea, a educar a sus vestidos para que se cubriesen de oro, a educar a una calabaza para que se convirtiese en carroza y a educar a dos ratones para que se convirtiesen en dos apuestos cocheros. Así no se hacen los cuentos. Podemos imaginar muy bien el triste final de estas historias y la frustración radical de los lectores.
Mucho más irracional que la magia es creer que se va a alcanzar lo imposible sin ella. De hecho, en la discusión entre el PP y el PSOE sobre la asignatura de “Educación para la ciudadanía” (véase el recuadro), el PP tiene todas las ventajas: cree abiertamente en la magia o, al menos, en las varitas -es decir, en la religión y en la represión- mientras que el PSOE cree o finge creer que se puede hacer un cuento convincente sin intervenciones taumatúrgicas o peripecias sobrenaturales. En todo caso la discusión tiene para ambos la ventaja de dejar fuera la verdadera cuestión, que no es la de la “asignatura de ciudadanía” sino la de la ciudadanía misma.
En 1765, en el artículo correspondiente de la Enciclopedia, bisagra intelectual entre dos regímenes y dos épocas, el ilustrado Diderot aclaraba que “el nombre de ciudadano no es adecuado para quienes viven sojuzgados ni para quienes viven aislados; de donde se deduce que los que viven completamente en estado de naturaleza, como los soberanos, y los que han renunciado definitivamente a este estado, como los esclavos, no pueden ser considerados nunca como ciudadanos”. Y esto precisamente -añade el filósofo francés- porque lo que distingue al “ciudadano” del “súbdito”es que “el primero es un hombre público y el segundo es un simple particular”. En el orden privado, entre particulares , la relación es siempre de “subditaje” mientras que el acceso a la ciudadanía es inseparable de la “civilización” de los humanos, entendiendo el término “civilización” en el mismo sentido que Antoni Domènech, no como opuesto a “barbarie” sino a “domesticación”. Lo contrario de un hombre público, de un “ciudadano” o “civilizado”, es un “doméstico” o “domesticado”. Allí donde el soberano es el rey, todas las relaciones son relaciones privadas; cada miembro de la sociedad se sujeta individualmente a la voluntad del monarca, a partir de cuyo arbitrio el país entero deviene una gran familia; es decir -en su sentido original- un conjunto de fámulos , “domésticos”, “servidores”, “criados”. Allí donde, como en la antigua Grecia, la ciudadanía es limitada a los varones libres, los lugares que quedan fuera del espacio público, como recintos puramente privados, son el gineceo y la ergástula, donde la mujer y el esclavo subvienen a la pura reproducción de la vida en su calidad de particulares aislados y sometidos. Lo que en todo caso comprendieron bien los griegos, como también lo comprendieron los revolucionarios jacobinos, es que el proceso de “civilización” es en realidad la lucha contra la “domesticidad” de las dependencias particulares y que el acceso al espacio público no es el resultado de la adquisición de “valores” éticos o culturales (que los esclavos y las mujeres, en la antigua Grecia, compartían con los ciudadanos libres) sino de la adquisición de recursos materiales. Por contraste con los “individuos”, que dependían casi biológicamente del marido o del amo para sobrevivir, la condición de la ciudadanía (a partir, al menos, de Clístenes) fue siempre la autarquía económica: los derechos civiles y políticos se desprendían naturalmente de la propiedad sobre los medios de producción (en este caso la tierra). Para salir del ámbito doméstico de las relaciones particulares -la casa y la ergástula, la familia y la fábrica- es necesario ser “dueño de uno mismo” y esto, paradójicamente, implica sustraerse al orden de los intercambios individuales -propios de la esclavitud y el patriarcado, regímenes de aislamiento y sumisión- para participar de la riqueza pública y general. Por eso es posible concebir el estatuto de ciudadanía sin verdadera democracia, como en la antigua polis ateniense o en las sociedades liberales censitarias; y por eso, a la inversa, la democracia sólo puede establecerse a partir de la generalización de las condiciones materiales de la ciudadanía. Podemos imaginar perfectamente un régimen social en el que los esclavos escogieran mediante votación a sus amos o las mujeres eligieran a sus violadores domésticos y en el que, sin salir nunca de casa , sin que sus acciones fuesen jamás políticas ni adquirir jamás la dignidad ciudadana, esclavos y mujeres reprodujesen voluntariamente una relación de “subditaje”. El ser humano deja de ser “súbdito” para convertirse en “ciudadano” a través, no del derecho al voto o del adoctrinamiento “humanitario”, sino del disfrute rutinario de ciertas garantías materiales: alimentación, vivienda, salud, instrucción y -claúsula de todas ellas- propiedad sobre los medios de producción (sobre eso que en otras ocasiones he llamado “bienes colectivos” para distinguirlos de los “universales” -el arte o la Tierra misma- y los “generales” -el pan o la ropa).
Sólo una alucinación ideológica ha podido convencernos de que el capitalismo es la vía natural, y la única posible, a la ciudadanía general. Precisamente el mercado capitalista se concibe a sí mismo como una suma de intercambios aislados y particulares, las dos características que Diderot atribuía a la relación de “subditaje”, y sólo es capaz de aprehender a los hombres, por tanto, en su condición de aislamiento y particularidad. El mercado únicamente reconoce “simples hombres privados”, en permanente estado de naturaleza, que establecen relaciones particulares -sin embargo- en un medio social histórica y estructuralmente construido a partir del despojamiento desigual. Estos sujetos ficticios son formalmente dueños de sí mismos allí donde de hecho sólo pueden “contratar” su redomesticación; allí donde sólo entran precisamente después de renunciar a la ciudadanía misma y para negociar su condición de súbditos mediante un contrato privado. El mercado, como la monarquía, generaliza el orden doméstico, el orden de los domesticados, la extensión y hegemonía de los vínculos familiares sin necesidad de una legitimación exterior sobrenatural o mitológica: precisamente ese régimen imaginario en el que los esclavos eligen a sus amos y las mujeres a sus violadores. En este contexto, la ciudadanía o “politeia” se convierte en una combinación de “politesse” y “policía”; es decir, en un régimen de domesticación en el que los ricos, alternativa o simultáneamente, educan y reprimen a los pobres. En cuanto al ámbito público, también ha sido completamente despolitizado o domesticado, identificado con la exhibición en televisión del gineceo y la ergástula: lo que -fraudulenta inversión- llamamos “publicidad” para designar la invasión totalizadora del espacio común por parte de los intereses y los deseos privados.
Tras derrotar al jacobinismo republicano, el capitalismo hizo lo mismo que la Roma imperial y por motivos parecidos: urgida por su propio crecimiento y por la presión popular, extendió la ciudadanía formal al mismo tiempo que despojaba ininterrumpidamente a los humanos de sus condiciones materiales de existencia. Se ajustó así el concepto de ciudadanía al nuevo instrumento de gestión de la vida económica: el Estado-Nación. Como recuerda el jurista italiano Danilo Zolo en un libro de título elocuente ( De ciudadanos a súbditos ), el término “ciudadano” dejó de oponerse a “súbdito” para oponerse sencillamente a “extranjero”. Uno ya no es un “civilizado” universal, depositario de derechos materiales de los que se desprende naturalmente el ejercicio de derechos civiles y políticos, sino un “ciudadano español” o un “ciudadano francés”, cuyos derechos aleatorios están sujetos al intercambio desigual de la economía global capitalista y se definen contra los derechos del “ciudadano senegalés” o el “ciudadano boliviano”. En un contexto de soberanía desigual, en el que la “españolidad” -por ejemplo- deriva sus relativas ventajas cívico-políticas (incluida la de viajar libremente por el Tercer Mundo) de su agresividad neocolonial, basta poner, uno al lado del otro, al turista y al inmigrante para calibrar toda la inconsistencia e injusticia de la “ciudadanía nacional”. El inmigrante, en efecto, es el no-ciudadano por excelencia, no sólo el doméstico voluntario sino el “bárbaro” irrecuperable; no ya el súbdito familiar sino el in-humano extraño e inasimilable. Bajo el capitalismo, nuestras ciudades están habitadas por seres humanos doblemente “incivilizados”: los “domésticos” nacionales, que negocian en privado su derecho a la existencia como súbditos precarios, y los “bárbaros” extranjeros, individuos puros que entran en el mercado sin posibilidad de negociación, privados al mismo tiempo de nacionalidad y de palabra. El retroceso creciente de las libertades formales se inscribe en el marco muy funcional de una guerra entre “domesticados” y “bárbaros”; es decir de una guerra cada vez más agresiva, no por la ciudadanía, sino entre no-ciudadanos.
La ciudadanía no se adquiere en la escuela ni leyendo la Constitución ni votando cada cuatro años a un nuevo amo o a un nuevo violador. No se puede educar para la ciudadanía como no se puede educar para la respiración o para la circulación de la sangre. Al contrario, la ciudadanía misma es la condición de todo proceso educativo como la respiración y la circulación de la sangre son las condiciones de toda vida humana. A la escuela deben llegar ciudadanos ya hechos y la escuela debe educarlos para la filosofía, para la ciencia, para la música, para la literatura, para la historia. Es decir -por citar a Sánchez Ferlosio- debe “instruirlos” en el patrimonio común de un saber colectivo y universal. Mientras el mercado produce materialmente súbditos y bárbaros de manera ininterrumpida, se exige a los educadores que, a fuerza de discursos y “valores”, los transformen en ciudadanos. La escuela, verdadera damnificada del proceso de globalización capitalista, se convierte así en el chivo expiatorio del fracaso estrepitoso, estructural, de una sociedad radicalmente “incivilizada”. Se le reclama que eduque para la libertad, que eduque para la tolerancia, que eduque para el diálogo mientras se entrega a la Mafia la gestión de las montañas y los ríos, el trabajo, las imágenes, la comida, el sexo, las máquinas, la ciencia, el arte. Educados por las Multinacionales y las leyes de extranjería, por el trabajo precario y el consumo suicida, por la Ley de partidos y la televisión, reducidos por una fuerza colosal a la condición de súbditos -de piedras, ratones y calabazas-, la escuela debe corregir con buenas palabras los egos industriales fabricados, como su función económica y su amenaza social, en la forja capitalista.
¿Enseñar anti-racismo e integración? El gobierno español firma la expulsión de ocho millones de inmigrantres de la Unión Europea. ¿No es ese gesto mucho más educativo?
¿Enseñar Estado de Derecho? Solbes, ministro de Economía, nos dice que “no soy partidario de grandes leyes que den reconocimiento de derechos para toda la vida”. ¿No son estas declaraciones, y la “liberalización” económica que las acompaña, mucho más influyentes que un artículo de la Constitución?
¿Enseñar no-violencia y tolerancia? EEUU, el país más “democrático” del mundo, invade Iraq por televisión y tortura a sus habitantes en directo. ¿No es esta una demostración mucho más convincente de que la violencia en realidad es útil?
¿Enseñar espíritu deportivo de participación? Una sola carrera de fórmula-1 (fusión material de rivalidad bélica, ostentación aristocrática y competencia interempresarial) enseña más que 4.000 libros de filosofía.
¿Enseñar igualdad y fraternidad? Seis horas de publicidad al día condicionan nuestra autoestima al ejercicio angustioso, pugnaz, de un elitismo estándar.
¿Enseñar respeto por el otro? Basta cualquier concurso de televisión para comprender que lo divertido es reírse de los demás y lo emocionante es verlos derrotados y humillados.
¿Enseñar solidaridad? El mercado laboral y el consumo individualizado convierten la indiferencia en una cuestión de supervivencia cotidiana.
¿Enseñar respeto por el espacio público? Las calles, los periódicos, las pantallas, están llenas de llamadas publicitarias a hacer ricas a unas cuantas multinaciones y a matar a decenas de miles de personas en todo el mundo.
¿Enseñar la resolución dialogada de los conflictos? Leyes, detenciones, torturas, periodistas y políticos dejan claro en todo momento que con “terroristas” no se habla ni se negocia.
¿Enseñar humanitarismo, compasión, dignidad, pacifismo? En agosto de 2007 siete pescadores tunecinos fueron detenidos, aislados y procesados, de acuerdo con las leyes italianas y europeas, por haber socorrido a inmigrantes náufragos a la deriva. Ningún discurso humanitario puede ser tan decisivamente pedagógico.
Hemos entregado la infancia a Walt Disney, la salud a la casa Bayer, la alimentación a Monsanto, la universidad al Banco de Santander, la felicidad a Ford, el amor a Sony y luego queremos que nuestros hijos sean razonables, solidarios, tolerantes, “ciudadanos” responsables y no “súbditos” puramente biológicos. El mercado capitalista nos trata como piedras, ratones y calabazas y luego pedimos a los maestros y profesores que nos conviertan en humanos “civilizados”. Nada tiene de extraño que cada vez menos gente crea en los discursos y cada vez más gente crea en Dios. Si aceptamos el capitalismo, si no acometemos una verdadera transformación que asegure que a la escuela llegan ciudadanos y no súbditos, el futuro -incluso electoralmente- es de los fanáticos, los fundamentalistas y los fascistas. Como ya lo estamos viendo.
Fuente: HERRIA-2000, julio de 2008 (Ekal Herria).
Herria-2000
Empecemos con un cuento.
Había una vez un pedagogo que salió de viaje y se perdió en el desierto. Caminó y caminó sin encontrar ni casas ni alimentos y al cabo de algunos días estaba tan cansado y tenía tanta hambre que se sentó en el suelo y se puso a hablar con las piedras que lo rodeaban. Las adulaba, las amonestaba, las aleccionaba con convicción y paciencia. Llevaba así muchas horas cuando acertó a pasar por allí un hada, a la que llamó la atención el extraño comportamiento de nuestro hombre.
- ¿Qué estás haciendo? –le preguntó-.
El pedagogo la miró altivo, un poco molesto por la interrupción.
- Estoy educando a estas piedras para que se conviertan en panes.
- Eso te puede llevar mucho tiempo –respondió el hada-. Con esto lo harás más deprisa.
Y sacó de su zurrón una varita mágica.
El hombre, furioso y despechado, le respondió:
- Soy un ser racional. No creo en la magia.
Y, volviendo la cabeza, siguió explicando a tres pequeñas rocas la composición molecular de la harina.
No puede haber cuentos sin magia. Había una vez un niño que, huyendo de un ogro, detuvo su carrera y se puso a educar a sus botas para que volasen. Había una vez una doncella desgraciada, anhelante de abrazos, que se pasó la vida educando a una rana para que se transformase en un príncipe. Había una vez una esclava maltratada que dedicaba todos los días varias horas, junto a la chimenea, a educar a sus vestidos para que se cubriesen de oro, a educar a una calabaza para que se convirtiese en carroza y a educar a dos ratones para que se convirtiesen en dos apuestos cocheros. Así no se hacen los cuentos. Podemos imaginar muy bien el triste final de estas historias y la frustración radical de los lectores.
Mucho más irracional que la magia es creer que se va a alcanzar lo imposible sin ella. De hecho, en la discusión entre el PP y el PSOE sobre la asignatura de “Educación para la ciudadanía” (véase el recuadro), el PP tiene todas las ventajas: cree abiertamente en la magia o, al menos, en las varitas -es decir, en la religión y en la represión- mientras que el PSOE cree o finge creer que se puede hacer un cuento convincente sin intervenciones taumatúrgicas o peripecias sobrenaturales. En todo caso la discusión tiene para ambos la ventaja de dejar fuera la verdadera cuestión, que no es la de la “asignatura de ciudadanía” sino la de la ciudadanía misma.
En 1765, en el artículo correspondiente de la Enciclopedia, bisagra intelectual entre dos regímenes y dos épocas, el ilustrado Diderot aclaraba que “el nombre de ciudadano no es adecuado para quienes viven sojuzgados ni para quienes viven aislados; de donde se deduce que los que viven completamente en estado de naturaleza, como los soberanos, y los que han renunciado definitivamente a este estado, como los esclavos, no pueden ser considerados nunca como ciudadanos”. Y esto precisamente -añade el filósofo francés- porque lo que distingue al “ciudadano” del “súbdito”es que “el primero es un hombre público y el segundo es un simple particular”. En el orden privado, entre particulares , la relación es siempre de “subditaje” mientras que el acceso a la ciudadanía es inseparable de la “civilización” de los humanos, entendiendo el término “civilización” en el mismo sentido que Antoni Domènech, no como opuesto a “barbarie” sino a “domesticación”. Lo contrario de un hombre público, de un “ciudadano” o “civilizado”, es un “doméstico” o “domesticado”. Allí donde el soberano es el rey, todas las relaciones son relaciones privadas; cada miembro de la sociedad se sujeta individualmente a la voluntad del monarca, a partir de cuyo arbitrio el país entero deviene una gran familia; es decir -en su sentido original- un conjunto de fámulos , “domésticos”, “servidores”, “criados”. Allí donde, como en la antigua Grecia, la ciudadanía es limitada a los varones libres, los lugares que quedan fuera del espacio público, como recintos puramente privados, son el gineceo y la ergástula, donde la mujer y el esclavo subvienen a la pura reproducción de la vida en su calidad de particulares aislados y sometidos. Lo que en todo caso comprendieron bien los griegos, como también lo comprendieron los revolucionarios jacobinos, es que el proceso de “civilización” es en realidad la lucha contra la “domesticidad” de las dependencias particulares y que el acceso al espacio público no es el resultado de la adquisición de “valores” éticos o culturales (que los esclavos y las mujeres, en la antigua Grecia, compartían con los ciudadanos libres) sino de la adquisición de recursos materiales. Por contraste con los “individuos”, que dependían casi biológicamente del marido o del amo para sobrevivir, la condición de la ciudadanía (a partir, al menos, de Clístenes) fue siempre la autarquía económica: los derechos civiles y políticos se desprendían naturalmente de la propiedad sobre los medios de producción (en este caso la tierra). Para salir del ámbito doméstico de las relaciones particulares -la casa y la ergástula, la familia y la fábrica- es necesario ser “dueño de uno mismo” y esto, paradójicamente, implica sustraerse al orden de los intercambios individuales -propios de la esclavitud y el patriarcado, regímenes de aislamiento y sumisión- para participar de la riqueza pública y general. Por eso es posible concebir el estatuto de ciudadanía sin verdadera democracia, como en la antigua polis ateniense o en las sociedades liberales censitarias; y por eso, a la inversa, la democracia sólo puede establecerse a partir de la generalización de las condiciones materiales de la ciudadanía. Podemos imaginar perfectamente un régimen social en el que los esclavos escogieran mediante votación a sus amos o las mujeres eligieran a sus violadores domésticos y en el que, sin salir nunca de casa , sin que sus acciones fuesen jamás políticas ni adquirir jamás la dignidad ciudadana, esclavos y mujeres reprodujesen voluntariamente una relación de “subditaje”. El ser humano deja de ser “súbdito” para convertirse en “ciudadano” a través, no del derecho al voto o del adoctrinamiento “humanitario”, sino del disfrute rutinario de ciertas garantías materiales: alimentación, vivienda, salud, instrucción y -claúsula de todas ellas- propiedad sobre los medios de producción (sobre eso que en otras ocasiones he llamado “bienes colectivos” para distinguirlos de los “universales” -el arte o la Tierra misma- y los “generales” -el pan o la ropa).
Sólo una alucinación ideológica ha podido convencernos de que el capitalismo es la vía natural, y la única posible, a la ciudadanía general. Precisamente el mercado capitalista se concibe a sí mismo como una suma de intercambios aislados y particulares, las dos características que Diderot atribuía a la relación de “subditaje”, y sólo es capaz de aprehender a los hombres, por tanto, en su condición de aislamiento y particularidad. El mercado únicamente reconoce “simples hombres privados”, en permanente estado de naturaleza, que establecen relaciones particulares -sin embargo- en un medio social histórica y estructuralmente construido a partir del despojamiento desigual. Estos sujetos ficticios son formalmente dueños de sí mismos allí donde de hecho sólo pueden “contratar” su redomesticación; allí donde sólo entran precisamente después de renunciar a la ciudadanía misma y para negociar su condición de súbditos mediante un contrato privado. El mercado, como la monarquía, generaliza el orden doméstico, el orden de los domesticados, la extensión y hegemonía de los vínculos familiares sin necesidad de una legitimación exterior sobrenatural o mitológica: precisamente ese régimen imaginario en el que los esclavos eligen a sus amos y las mujeres a sus violadores. En este contexto, la ciudadanía o “politeia” se convierte en una combinación de “politesse” y “policía”; es decir, en un régimen de domesticación en el que los ricos, alternativa o simultáneamente, educan y reprimen a los pobres. En cuanto al ámbito público, también ha sido completamente despolitizado o domesticado, identificado con la exhibición en televisión del gineceo y la ergástula: lo que -fraudulenta inversión- llamamos “publicidad” para designar la invasión totalizadora del espacio común por parte de los intereses y los deseos privados.
Tras derrotar al jacobinismo republicano, el capitalismo hizo lo mismo que la Roma imperial y por motivos parecidos: urgida por su propio crecimiento y por la presión popular, extendió la ciudadanía formal al mismo tiempo que despojaba ininterrumpidamente a los humanos de sus condiciones materiales de existencia. Se ajustó así el concepto de ciudadanía al nuevo instrumento de gestión de la vida económica: el Estado-Nación. Como recuerda el jurista italiano Danilo Zolo en un libro de título elocuente ( De ciudadanos a súbditos ), el término “ciudadano” dejó de oponerse a “súbdito” para oponerse sencillamente a “extranjero”. Uno ya no es un “civilizado” universal, depositario de derechos materiales de los que se desprende naturalmente el ejercicio de derechos civiles y políticos, sino un “ciudadano español” o un “ciudadano francés”, cuyos derechos aleatorios están sujetos al intercambio desigual de la economía global capitalista y se definen contra los derechos del “ciudadano senegalés” o el “ciudadano boliviano”. En un contexto de soberanía desigual, en el que la “españolidad” -por ejemplo- deriva sus relativas ventajas cívico-políticas (incluida la de viajar libremente por el Tercer Mundo) de su agresividad neocolonial, basta poner, uno al lado del otro, al turista y al inmigrante para calibrar toda la inconsistencia e injusticia de la “ciudadanía nacional”. El inmigrante, en efecto, es el no-ciudadano por excelencia, no sólo el doméstico voluntario sino el “bárbaro” irrecuperable; no ya el súbdito familiar sino el in-humano extraño e inasimilable. Bajo el capitalismo, nuestras ciudades están habitadas por seres humanos doblemente “incivilizados”: los “domésticos” nacionales, que negocian en privado su derecho a la existencia como súbditos precarios, y los “bárbaros” extranjeros, individuos puros que entran en el mercado sin posibilidad de negociación, privados al mismo tiempo de nacionalidad y de palabra. El retroceso creciente de las libertades formales se inscribe en el marco muy funcional de una guerra entre “domesticados” y “bárbaros”; es decir de una guerra cada vez más agresiva, no por la ciudadanía, sino entre no-ciudadanos.
La ciudadanía no se adquiere en la escuela ni leyendo la Constitución ni votando cada cuatro años a un nuevo amo o a un nuevo violador. No se puede educar para la ciudadanía como no se puede educar para la respiración o para la circulación de la sangre. Al contrario, la ciudadanía misma es la condición de todo proceso educativo como la respiración y la circulación de la sangre son las condiciones de toda vida humana. A la escuela deben llegar ciudadanos ya hechos y la escuela debe educarlos para la filosofía, para la ciencia, para la música, para la literatura, para la historia. Es decir -por citar a Sánchez Ferlosio- debe “instruirlos” en el patrimonio común de un saber colectivo y universal. Mientras el mercado produce materialmente súbditos y bárbaros de manera ininterrumpida, se exige a los educadores que, a fuerza de discursos y “valores”, los transformen en ciudadanos. La escuela, verdadera damnificada del proceso de globalización capitalista, se convierte así en el chivo expiatorio del fracaso estrepitoso, estructural, de una sociedad radicalmente “incivilizada”. Se le reclama que eduque para la libertad, que eduque para la tolerancia, que eduque para el diálogo mientras se entrega a la Mafia la gestión de las montañas y los ríos, el trabajo, las imágenes, la comida, el sexo, las máquinas, la ciencia, el arte. Educados por las Multinacionales y las leyes de extranjería, por el trabajo precario y el consumo suicida, por la Ley de partidos y la televisión, reducidos por una fuerza colosal a la condición de súbditos -de piedras, ratones y calabazas-, la escuela debe corregir con buenas palabras los egos industriales fabricados, como su función económica y su amenaza social, en la forja capitalista.
¿Enseñar anti-racismo e integración? El gobierno español firma la expulsión de ocho millones de inmigrantres de la Unión Europea. ¿No es ese gesto mucho más educativo?
¿Enseñar Estado de Derecho? Solbes, ministro de Economía, nos dice que “no soy partidario de grandes leyes que den reconocimiento de derechos para toda la vida”. ¿No son estas declaraciones, y la “liberalización” económica que las acompaña, mucho más influyentes que un artículo de la Constitución?
¿Enseñar no-violencia y tolerancia? EEUU, el país más “democrático” del mundo, invade Iraq por televisión y tortura a sus habitantes en directo. ¿No es esta una demostración mucho más convincente de que la violencia en realidad es útil?
¿Enseñar espíritu deportivo de participación? Una sola carrera de fórmula-1 (fusión material de rivalidad bélica, ostentación aristocrática y competencia interempresarial) enseña más que 4.000 libros de filosofía.
¿Enseñar igualdad y fraternidad? Seis horas de publicidad al día condicionan nuestra autoestima al ejercicio angustioso, pugnaz, de un elitismo estándar.
¿Enseñar respeto por el otro? Basta cualquier concurso de televisión para comprender que lo divertido es reírse de los demás y lo emocionante es verlos derrotados y humillados.
¿Enseñar solidaridad? El mercado laboral y el consumo individualizado convierten la indiferencia en una cuestión de supervivencia cotidiana.
¿Enseñar respeto por el espacio público? Las calles, los periódicos, las pantallas, están llenas de llamadas publicitarias a hacer ricas a unas cuantas multinaciones y a matar a decenas de miles de personas en todo el mundo.
¿Enseñar la resolución dialogada de los conflictos? Leyes, detenciones, torturas, periodistas y políticos dejan claro en todo momento que con “terroristas” no se habla ni se negocia.
¿Enseñar humanitarismo, compasión, dignidad, pacifismo? En agosto de 2007 siete pescadores tunecinos fueron detenidos, aislados y procesados, de acuerdo con las leyes italianas y europeas, por haber socorrido a inmigrantes náufragos a la deriva. Ningún discurso humanitario puede ser tan decisivamente pedagógico.
Hemos entregado la infancia a Walt Disney, la salud a la casa Bayer, la alimentación a Monsanto, la universidad al Banco de Santander, la felicidad a Ford, el amor a Sony y luego queremos que nuestros hijos sean razonables, solidarios, tolerantes, “ciudadanos” responsables y no “súbditos” puramente biológicos. El mercado capitalista nos trata como piedras, ratones y calabazas y luego pedimos a los maestros y profesores que nos conviertan en humanos “civilizados”. Nada tiene de extraño que cada vez menos gente crea en los discursos y cada vez más gente crea en Dios. Si aceptamos el capitalismo, si no acometemos una verdadera transformación que asegure que a la escuela llegan ciudadanos y no súbditos, el futuro -incluso electoralmente- es de los fanáticos, los fundamentalistas y los fascistas. Como ya lo estamos viendo.
Fuente: HERRIA-2000, julio de 2008 (Ekal Herria).
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