“A las cinco de la tarde del viernes 29 de mayo, en Ciudad Juárez, Chihuahua, MANUEL ARROYO GALVÁN, fue brutalmente asesinado de seis balazos en la cabeza”.
Conocí a Manuel hace dos años cuando fui a Ciudad Juárez con mi amiga Christine. Íbamos con el proyecto de hacer un documental sobre esta ciudad aberrante donde la violencia globalizadora de las maquilas parece haber abonado un terreno ideal de desprecio hacia el ser humano. Allí, la violencia machista parece extenderse como un velo de muerte con el feminicidio que vive la ciudad desde hace décadas.
“Mientras Manuel Arroyo Galván esperaba en su coche que el semáforo se pusiera verde, en una de las avenidas principales de la ciudad, una camioneta se colocó a su lado para dispararle a bocajarro, matándolo en el acto. Su coche se deslizó hasta chocar contra el semáforo. Uno de los asesinos se bajó de la camioneta para rematarlo de una última bala en la cabeza”.
Desde Europa, habíamos intentado comprender el funcionamiento de esa especie de laboratorio de nuestro futuro, que Juárez representaba para nosotras. A las numerosas familias emigrantes que llegan desde el sur hasta esa ciudad fronteriza, con la esperanza de poder pasar algún día a los EEUU, Juárez las recibe con el trato inhumano de las maquilas, con el salvajismo de sus calles enfermizas, en sus barrios chaboleros, donde la luz, el agua, los caminos asfaltados, los colegios o los hospitales, son lujos reservados por la municipalidad sólo a una parte de la población. En Juárez, el cuerpo de una mujer por la calle puede ser fácilmente, objeto de secuestro, de violaciones múltiples y asesinato: cuerpos de usar y tirar que siguen apareciendo entre escombros y descampados, como clínex sucios. Manuel vivía en Juárez, era sociólogo y profesor investigador en la universidad de la ciudad y había escrito una tesis sobre las maquilas que nos interesaba mucho. Nos ofreció generosamente su casa, lo que nos decidió a pasar tres semanas allí para poder vivir de cerca esa ciudad que nos parecía tan irreal de lejos.
“Eran las cinco de la tarde y Manuel Arroyo era la quinta víctima del día. Le seguirían otras 5 hasta la noche, en el infierno cotidiano de esta ciudad fronteriza donde la violencia más salvaje, el desprecio al ser humano y la total impunidad reinan desde hace años. Hoy, desde la llegada masiva del ejército (8500 soldados) en la supuesta lucha pactada por el presidente Calderón contra el narcotráfico, con una ciudad en estado de sitio permanente, el terror se ha instalado en los gestos más cotidianos de los habitantes. 91 asesinatos en el mes de mayo, 10 más que el mes pasado: una cuenta que suma y sigue cada día y todos los crímenes permanecen impunes”.
También sabíamos que Juárez era un centro importante de cárteles y de narcotráfico y que -cual nicho gigante que acoge en su seno reyertas y cuentas pendientes de mafias locales-, en cualquier momento caían cadáveres salpicando las calles. La corrupción de funcionarios y policías, la ineficacia de la justicia, los oscuros y profundos vínculos entre el estado mejicano, el gobierno del estado de Chihuahua, los cárteles internacionales de droga, el ejército, las grandes familias de Juárez y las multinacionales, formaban un caleidoscopio de formas imbricadas que se entremezclaban en nuestra conciencia cuanto más intentábamos comprender el funcionamiento de ese capitalismo salvaje en pleno desierto de Chihuahua. Lo único claro y cierto era la impunidad de un falso estado de derecho mejicano que había permitido durante dos décadas que más de 500 mujeres fueran violadas y asesinadas, que otras tantas se dieran por desaparecidas sin saber quienes eran los culpables y que miles de hombres fueran ejecutados en sus calles, acostumbrando así a los habitantes a una violencia para la que ya nadie encontraba nombre.
“El asesinato de Manuel Arroyo Galván se cometió a plena luz del día, en hora punta y en la vía pública de una ciudad de 3 millones de habitantes, literalmente sitiada por el ejército; sin embargo, al día de hoy, a pesar de esta presencia masiva del ejército en las calles, no se ha conseguido una descripción exacta de la camioneta ni de los asesinos de Manuel. No se conoce ni el autor ni el móvil de esta ejecución. Y lo peor, es que seguramente no lleguemos a saberlo nunca”.
Manuel era un intelectual muy lúcido y un activista social que había trabajado durante años en las maquilas. Venía de una familia de emigrantes de Durango que como tantas otras llegó a Juárez y se dejó la vida en las maquiladoras. El había conseguido con mucho esfuerzo estudiar sociología y le enorgullecía haber podido escapar del destino de obrero explotado que le deparaba la maquila porque sabía muy bien que, en esa ciudad, su caso era una excepción. Sin embargo no se olvidaba ni de sus orígenes, ni de los miles de obreros que seguían trabajando en condiciones de miseria en su ciudad. Si había estudiado sociología era porque necesitaba denunciar de la manera más eficaz posible los terribles daños que causaba la maquila; ésa era la razón de ser de su tesis: “ El significado social de la Industria Maquiladora. Hacía una valoración de sus costos sociales. Un estudio de caso: Ciudad Juárez”. Manuel no sólo nos abrió las puertas de su casa y de su ciudad, además compartimos con él su intimidad: Manuel nos contó su vida, nos contó la maquila y nos contó su ciudad.
“El mismo día de su muerte, estudiantes, profesores, familiares y amigos lanzaron gritos de cólera y desesperación en la Procuraduría General de Justica donde les recibieron con armas sin dejarles entrar. Hoy siguen gritando su rabia y su dolor, organizando marchas y manifestaciones en Juárez y exigiendo que se abra una verdadera investigación: que por una vez llegue a algún sitio y que se aclaren las responsabilidades. Después de seguir sin noticias de dos estudiantes desaparecidas y de otros dos estudiantes asesinados, el catedrático Manuel Arroyo Galván es el segundo profesor de la UACJ ejecutado por sicarios en la calle este año”.
Asesinato del Profesor de la UACJ Manuel Arroyo Galván
Investigando para su tesis, Manuel se dio cuenta de que la versión oficial sobre el nacimiento de las maquilas en Juárez era una falsedad. Juárez fue una de las primeras ciudades en los años 60, en conocer lo que hoy es el pan nuestro de cada día: las implantaciones de multinacionales que deslocalizan sus fábricas buscando costos de producción más baratos. En Juárez las llamadas maquilas encontraron ventajas fiscales importantes y gracias a la explotación de las mujeres, una mano de obra dócil y sumisa. Eran mujeres emigrantes en su mayoría, sin contactos en la ciudad y sin veleidades sindicales: la materia prima de la explotación moderna.
Para justificar la implantación de las maquilas en la zona fronteriza, la versión oficial suele evocar el final del programa “Braceros” en los años 60 entre EEUU y México, que había dejado a numerosa población mexicana en el paro. Lo cierto es que las maquilas, sobre todo en un primer tiempo, al privilegiar la contratación de mujeres, no solucionaron ese problema que el estado mexicano debía resolver. Lo que si se hizo fue permitir la creación de una oscura red de alianzas entre las grandes familias locales, el Gobierno del Estado y la Secretaria de Hacienda para la implantación de las maquilas en la ciudad. Los grandes terratenientes de Juárez alquilaron los terrenos a las multinacionales y les procuraron la logística necesaria para su actividad; el estado concedió ventajas fiscales a las maquilas bajo cubierta del problema de paro que había que solucionar y todos quedaron satisfechos: unos maquillando estadísticas y los otros obteniendo beneficios fijos sin arriesgar capital.
Durante nuestra estancia en la ciudad conocimos y entrevistamos a mucha gente, profesores universitarios como Manuel, estudiantes, periodistas, abogados, sindicalistas, asociaciones de mujeres, asociaciones de barrio, ong’s, obreros y obreras de las maquilas, hasta un policía poeta que se repetía a si mismo desesperadamente que él era un hombre bueno. Paseamos por el centro de la ciudad y los arrabales, por los antros y los centros comerciales, atravesamos el puente internacional cuyo atasco perpetuo desemboca en El Paso y desde cuyos rascacielos se puede otear la enorme extensión de chabolas de Lomas de Poleo y de todo El Poniente de Juárez. Manuel nos enseñó la ciudad y bordeamos con él un atardecer el inmenso cerco fronterizo que la separa de los EEUU, mientras él nos decía que la luz del atardecer era lo único hermoso de esa ciudad. Todos los días escuchábamos incrédulas el ruido que la barbarie de Juárez hace resonar en toneladas de informes, peticiones, reportes y denuncias a todo tipo de organismos europeos, iberoamericanos e internacionales; escuchamos canciones que cantan a Juárez, leímos novelas que inventan Juárez, vimos películas, documentales y vídeos que contaban su historia; pero sobre todo, quedamos ensordecidas por el silencio que se había adueñado de la ciudad y sentimos su miedo.
“Juárez es una mancha de olvido en el desierto, un oasis de miseria, un espejismo de la desolación moderna.”
Manuel nos decía, mientras comíamos burritos juarenses en un puesto callejero, que toda la población de Juárez vivía secuestrada en la ciudad; que todo podía ocurrir en ese delirio donde los intereses del capital global habían conseguido entretejerse con fuerza en el sistema casi feudal de los grandes señores locales, ésos que se han adueñado de la riqueza de la ciudad y que lo controlan todo. Esos poderosos que nadie quiere nombrar y cuyos lazos con el narcotráfico son conocidos. Esos mismos que han sido señalados para ser investigados en justicia y que no lo serán nunca porque los pocos que se atrevieron a hacerlo ya han sido asesinados, amenazados y torturados. Esos cuyos modales son los del señor con sus vasallos, tomándose cuando les place la libertad de usar un supuesto derecho de pernada con las mujeres que viven en “sus tierras” y que han permitido, pagándole al estado su impunidad, que muchos otros traten a las mujeres como cuerpos de usar y tirar; porque son pobres, porque son mestizas, porque son obreras de la maquilas…, porque no son nadie.
Manuel fue fundador de la Organización Popular Independiente, de Centros Comunitarios y del Consejo Ciudadano de Desarrollo Social de Juárez. Últimamente preparaba un libro sobre las movilizaciones sociales, en especial las generadas en empresas maquiladoras. El conocía bien las pocas experiencias que se habían dado, porque las vivió desde dentro cuando ya trabajaba en una de ellas. Las maquilas suelen registrar un sindicato propio ante las autoridades -que en realidad no existe- y prohíben la creación de cualquier otro tipo de organización entre los y las trabajadoras. Manuel organizó huelgas y protestas que fueron duramente reprimidas y que terminaron con el cierre definitivo de la fábrica donde trabajaba, dejando a todo el mundo sin empleo: prefirieron deslocalizar la maquila, con todos los gastos que eso suponía, antes que ceder un ápice ante los trabajadores. Estas últimas semanas antes de su asesinato, Manuel preparaba una campaña por la defensa de los derechos laborales y la libertad sindical, así como un Observatorio Laboral para la ciudad, con dos compañeras comprometidas en la misma lucha.
“A todo se acostumbra uno”, decía Manuel, cuando le preguntábamos como podía soportar tanta injusticia, tanta impunidad, tanta impotencia: “yo intento seguir haciendo de todas maneras, lo que considero que tengo que hacer en esta ciudad”. Cuando le conocí, Manuel estaba en un momento de su vida interior que él sentía como una profunda metamorfosis, vivía descubriéndose a sí mismo y atravesando un camino que le hacia apreciar enormemente su libertad. Había aprendido que las peores cadenas son las que uno se impone a sí mismo y él hacia lo posible por reconocer las suyas y destruirlas. Su vida era una lucha sin tregua por la dignidad y la libertad, la suya y la de todas.
Es cierto que “a todo se acostumbra uno”… hasta que te revientan la tapa de los sesos.
Manuel tenía un hijo de 12 años y vivía rodeado de mucha gente que le quería y le respetaba. No podemos aceptar que su asesinato quede impune, ahogado una vez más en las estadísticas de esta ciudad en proceso de podredumbre y que no sirva más que para alimentar el terror cotidiano que se ha impuesto a sus habitantes: Queremos saber y tenemos derecho a saber quién le ha matado y por qué.
El dolor y la rabia que sentimos ante la pérdida de Manuel nos ayudarán a seguir pidiendo justicia y verdad hasta que este crimen sea elucidado. No dejaremos que el miedo y la impotencia que nos quieren imponer nos ganen.
Ciudad Juárez no es un cuartel, ni un burdel, ni un campo de tiro para sicarios enfebrecidos, ni un nicho de ganancias para las multinacionales y los potentados de Juárez, ni un cementerio vivo. Ciudad Juárez clama simplemente su dignidad y su derecho a ser una ciudad donde los derechos humanos más básicos sean reconocidos y respetados.
“Manuel Arroyo ha sido asesinado en una ciudad donde lo más normal es que te peguen seis tiros en la cabeza mientras esperas delante de un semáforo en rojo y que te rematen con una última bala justo cuando el semáforo se ponía verde”
Aunque tengamos que seguir conduciendo sin él, esperemos que la dignidad de Manuel nos acompañe siempre.
Link para enviar una petición de denuncia por el asesinato de Manuel Arroyo Galván a las autoridades e instituciones mexicanas
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